Cuando murió su marido, en 1992, Tomasa Álvarez comenzó a tomar pastillas para dormir. Entró en una depresión que, entre otras cosas, le impedía conciliar el sueño. “Estuvo mal un par de años”, cuenta su hija Charo. Con el paso del tiempo, gracias a las amigas con las que salía y entraba y a su familia, comenzó a animarse y hacer una vida más normal. Pero las pastillas para dormir siguieron ahí durante casi 30 años, hasta que ha conseguido dejarlas gracias a un programa de retirada de fármacos que tiene en marcha su residencia.
Este tipo de tratamientos suelen estar indicados para 8 o 12 semanas, pero a menudo se cronifican. Es fácil prescribirlos, pero mucho más complicado dejarlos. “El problema es que a los médicos nos entrenan para tratar las patologías, pero a veces se nos olvida que no hay tratamientos de por vida”, reconoce el médico David Curto, director asistencial de Sanitas Mayores, propietaria de la residencia Mirasierra, donde vive Tomasa, y que tiene en marcha este programa en toda su red.
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"Hay que evitar la medicalizacion en la vida cotidiana"